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miércoles, 31 de agosto de 2016

Bibliomanía

«Escribía para escapar del tiempo», dijo. Y me gustó, pero no me convenció del todo.
Quizá ambos queríamos decir lo mismo, pero aquellas no eran las palabras exactas.

¿Por qué escribía?
Por el mismo motivo por el que otros dibujan.
Por el que un niño con vocación de director de cine va a todas partes con una cámara encendida.
Por el que muchos desbordan sus móviles de fotografías que saben que no van a volver a mirar.
Y algunos se niegan a tirar la entrada de la película que fueron a ver hace siete años con no sé quién.
Por el mismo motivo por el que los emperadores se hacían esculpir estatuas y los primeros seres humanos ya grabaron sus huellas en la roca:
para convencer a los minutos de que se tomen un descanso.
Para entretenerlos el tiempo que lleva robarles la sombra y quedárnosla para siempre. Para sentir la ilusión de haberlos domesticado. Para, así, poder conservar la calma al verlos marchar.

No escribía para escapar del tiempo.
Era para hacerlo suyo.


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