Me parece un buen motivo para escribir una entrada.
*o eso nos creemos nosotros |
Oficialmente, el 2016 será recordado como el año criminal. El año en que la Historia engulló a un gran número de leyendas del arte, para que nuestra palabra hacia ellas empezase a ser «nostalgia», además de «admiración»; en que tantas películas cumplieron su vaticinio y un supervillano dominó el planeta; en que la comunidad twittera hispanohablante se sumió en un impulso suicida colectivo precioso.
En mi mente, el número 2016 está envuelto en el aroma de un viejo y buen amigo que te ha hecho alguna perrería casi perdonada.
Afecto irónico, «Habrá que quererle».
Una historia digna de ser contada.
Cada uno conoce la suya, y muchos la estarán releyendo últimamente, presos del embrujo de los cumpleaños,
en que se materializa ante ellos la libreta de propósitos futuros y pasados.
Cada página lleva grapada una ventana a quién era su autor, y... ¿cómo puede cambiar tanto? ¿Y cómo puede ser siempre la misma?
Lorde decía en Buzzcut Season que «Somos las cosas que hacemos por diversión».
Ese tema sobre el que, a partir de cierto día, nos encanta leer. Imagen recurrente, pensamientos mientras vamos en bus. La serie que no paramos de referenciar, la calle que siempre tomamos para volver a casa.
¿Y no es curioso cómo están continuamente girando, como la Tierra en torno al Sol, acariciando las paredes del cráneo, tan lento que no oímos su reciclaje?
Hace un año, ¿de qué color era tu mente cuando la dejabas en blanco?
¿Cuándo empezó a gustarte el chocolate negro?
¿Cuándo dejaste de desesperarte por un mensaje suyo?
Y tantas órbitas, para acabar siempre en el principio.
Para que sigan fascinándote el mar y las 4:28 AM, para que sigáis siendo igual de amigos, para «Hello, darkness, my old friend».
Quizá en eso, el 2016 no ha sido tan original.
Quizá, ahí, todos los 2016 que se han vivido, sean el mismo.
En que cualquier cosa que sean, mañana solo será una postal.
Y seguirán siendo tú.