martes, 22 de marzo de 2016
domingo, 20 de marzo de 2016
Donde habite el olvido.
¿A dónde van los acordes que nacen y mueren en tu cabeza, sin tiempo a apuntarlos?
¿Las frases lapidarias que se te ocurren una semana después de la pelea?
¿Los folios llenos de ideas que se traspapelan?
¿Las promesas que quedan obsoletas?
¿Y las canciones que ya no te sobrecogen?
¿Los temas de conversación recurrentes que van perdiendo importancia?
¿Las bromas privadas que mantenías con gente con la que ya no hablas?
¿Las confesiones que vas a hacer hasta que te acobardas?
¿Y los planes que postergas para siempre?
¿Las entradas secretas cuya posición olvidas?
¿Los actos con los que ya no te identificas?
Deben de estar todos juntos, en la misma región del hiperespacio a la que va tu mente cuando mueres.
A la que van las máquinas de escribir, los juegos que te divertían de niño y todas las cosas buenas y desfasadas.
Sería bonito pensar que esperan para emerger, un buen día, al mundo de los hechos que vienen a cuento.
A veces pasa: cuando, de tanto deambular, acabas encontrando que la solución estaba al principio del planteamiento.
Pero lo más probable es que no vuelvas a verlos hasta que tú mismo ya no tengas mucho sentido.
¿Las frases lapidarias que se te ocurren una semana después de la pelea?
¿Los folios llenos de ideas que se traspapelan?
¿Las promesas que quedan obsoletas?
¿Y las canciones que ya no te sobrecogen?
¿Los temas de conversación recurrentes que van perdiendo importancia?
¿Las bromas privadas que mantenías con gente con la que ya no hablas?
¿Las confesiones que vas a hacer hasta que te acobardas?
¿Y los planes que postergas para siempre?
¿Las entradas secretas cuya posición olvidas?
¿Los actos con los que ya no te identificas?
Deben de estar todos juntos, en la misma región del hiperespacio a la que va tu mente cuando mueres.
A la que van las máquinas de escribir, los juegos que te divertían de niño y todas las cosas buenas y desfasadas.
Sería bonito pensar que esperan para emerger, un buen día, al mundo de los hechos que vienen a cuento.
A veces pasa: cuando, de tanto deambular, acabas encontrando que la solución estaba al principio del planteamiento.
Pero lo más probable es que no vuelvas a verlos hasta que tú mismo ya no tengas mucho sentido.
martes, 8 de marzo de 2016
Oh, sí. Mañana me voy a odiar fuerte.
Es extrañamente hermoso perderle el respeto a los horarios del sueño.
De pronto te encuentras siendo dueño de la eternidad. Como un manto negro, vacío, todo tuyo y de nadie más.
Toda se extiende ante ti, para que juegues con ella; para que la llenes con todo aquello que se ahoga en los ruidos del día.
Y resulta que las barreras solo existen en la medida en que te importe tolerarlas.
Supongo que, en mi caso, lo que brilla también es la libertad de dejar de engañarse a uno mismo.
Disfrutas mil veces más de la vigilia una vez admites lo que ya sabías: que vas a enredarte en ella. Es en ese momento cuando te atreves a sacarle partido, a aprovecharla para lo que es: no para contar frenéticamente las horas que serías capaz de dormir si hicieses lo propio y te acostases de una vez. Sino para escuchar música, deambular y pensar, picar algo de la nevera; estar acompañado, si tal; para deleitarte con la visión de esa criatura extraña que es la ciudad cuando está dormida.
¿Es tiempo realmente perdido si, en vez de obsesionarte con perderlo, te resignas a disfrutar de él?
Supongo, también, que lo que brilla de todo esto es que se puede aplicar a muchos más aspectos que el sueño.
Y supongo que otra opción sería hacerme caso cuando me propongo dormir.
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